Dawson Felpa no es una novela juvenil; esto es lo primero que quiero decir sobre esta obra cuyos protagonistas son peluches y que por lo tanto puede llevar a equívoco. Dawson Felpa es una obra para todos los públicos, un plato para cualesquiera paladares. Quien esto escribe es fundamentalmente un lector de contemporánea y clásicos, pero esta querencia no ha impedido en lo más mínimo que disfrute la obra de Alejandro Rodríguez Tárraga. Desde que el autor me trasladó un esbozo de la misma por vía telefónica (la obra andaba por aquel entonces in status nascendi), supe que, para el caso de que estuviera bien escrita, y lo está, no quería otro destino para ella que no fuese figurar en el catálogo de Titanium. Lo primero por su originalidad, una originalidad que, cuando es fructífera, no nace ex nihilo, sino bebiendo de las fuentes literarias, muy hondas, que nos precedieron.
El libro de Alejandro, en cuanto al género, es una mezcla de novela negra y fábula, y como en toda fábula hay en sus páginas un elemento edificante. Dawson Felpa es una obra dividida en casos (casos detectivescos, se entiende), lo cual implica que permite una lectura fragmentaria que en ningún caso va en detrimento del conjunto; es por lo tanto un libro que se puede leer por partes, dado que estas partes, aunque deudoras de un hilo común, son conclusivas. La lectura de la obra es como los peluches: ligera, amable incluso cuando hurga en lo grotesco, de formas redondeadas y textura blanda, con una nostalgia suave del color del membrillo. Leyendo a Dawson se nos quedan esos grandes ojos de canicón que aún ven al mundo como una enorme caja de sorpresas. Leyendo a Dawson, también, somos conscientes de que hay una vida que hemos dejado atrás y a la cual nunca podremos volver, salvo a través de la ensoñación de las bellas letras. En esto hay un punto de amargura biliosa, otro, más bonancible, de bermellones al atardecer. Creo que un adulto que sienta dentro de sí el rumor de las viejas edades, en el cual el pasado esté de algún modo vivo en la hora actual, puede encontrar más satisfacción en Dawson Felpa que, pongamos, un adolescente; aquí sucede como en algunos paisajes al óleo, que se ven mejor desde la lejanía pues solo desde esta se aprecia las tres dimensiones. Creo, y así se lo he transmitido al autor, que Dawson Felpa y su mundo de la Ciudad de los Olvidados da para más y permite, en principio, ulteriores desempeños literarios, dígase una continuación de la historia que ahora les presento a ustedes. Alejandro, en quien una imaginación portentosa no mella lo pragmático, entiende que hay que andarse con tiento y ver si Dawson cala en el interés del público. Dios o los hados lo quieran porque, este peluche que guarda dentro de su relleno de algodón un corazón de otro, tiene todavía mucho que contarnos. No quisiéramos pues que se guardase esas cuitas, sin duda sabrosas, en la penumbra de su despacho.
¿Quién de ustedes no querría abrazar a Dawson?, aunque huela a tabaco y ande reventón por las costuras. Enhorabuena, Alejandro.
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